Cuando la torpeza turbe tu habilidad
y tus sentidos tan finos se hagan duros,
cuando atacado por los años maduros,
huya el vigor y entre la debilidad…
Cuando la piel de tu rostro lozano,
lleno de arrugas rasguen tu figura…
cuando las formas pierdan su hermosura
y tiemble el pulso en la que fuera firme mano…
Cuando las sienes, testigo de tu historia,
descubran al tornarse cual la nieve…
que no hay vigor que el tiempo no se lleve
y que no es tan ágil y firme tu memoria…
Cuando llegue sobre ti ese atardecer
y veas a un joven que anhele tu lugar…
comprende que es tu hora de menguar
y dale paso para que él pueda crecer.
Permítele que él pueda prolongar
tu sendero sin mezquina terquedad,
demostrarás que eres íntegro en verdad
y que sabes delegar sin claudicar.
Y verás sin egoísmo que por eso,
no dejas de cumplir con tu deber;
pues tú sembraste y otro atrás va a recoger
y cada uno da su ofrenda hacia el progreso.
Mas no por ello te vayas a entregar
a abandonarte para morir en vida,
es tu deber juzgar al fin tu gran partida…
solo tienes que cambiarte de lugar.
Y aunque tu cuerpo se encorve ya agobiado,
e inseguro sea en su andar cuando camine,
que tu espíritu libre lo domine
y no claudique añorando lo pasado.
Pues si aún no has sido desatado,
es porque tu misión no ha concluido;
¡¡¡Mira a ese joven confundido…
esperando tu consejo reposado!!!
Ayúdalo con prudente proceder,
pues él tiene que vivir su propia vida,
comparte tú, la experiencia recibida
y disfruta de tu “Honroso Atardecer”.
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