Había una vez, un Rey sabio y austero,
el cual dijo a sus tres hijos con amor:
-Quien recorra el reino más ligero
tendrá el derecho de ser mi sucesor.
Llegando el día de realizar la empresa,
reunió a sus hijos antes de que partieran
y estos oyeron de su padre con sorpresa:
pedidme antes la gracia que más quieran.
El mayor, egoísta y ventajero…
dijo inmutable y con árida voz:
yo tengo prioridad por ser primero,
por eso pido el caballo más veloz.
El segundo, vanidoso y engreído,
buscando glorias y alabanzas de las gentes,
dijo: - Yo quiero el manto real de tu vestido
y a que mi paso se inclinen reverentes.
Al oír como los dos habían hablado,
comenzó a entristecer su corazón
pues aquellos que se habían amado,
ahora los separaba la ambición.
Y comprendió aquel Rey la cruel verdad.
que a todo ser se lo llega a conocer.
íntegramente en su cabal identidad,
cuando el destino le ofrece algún poder.
Más al ver al tercer hijo tan callado,
pregunto: -¿Hijo, y tú no pides nada?
¿Qué gracia pides antes de irte de mi lado?
¿Tal vez… mi escudo, mi yelmo o mi espada?
Padre mío… mi elección es muy sencilla
yo sólo quiero volver a salvo a tu mansión,
por eso pido al hincarme de rodilla,
que me despidas con una bendición.
Y así partieron hacia aquella travesía,
mas el mayor, cabalgando muy aprisa,
por no ceder al cesar la luz del día…
se hundió en un foso de arena movediza.
El vanidoso con su capa desplegada,
al cabalgar por hostiles parajes…
se engancho en una rama atravesada
y cayo muerto por jabalíes salvajes.
Después de cierto tiempo transcurrido
se vio llegar al nuevo Rey de la heredad:
era el hijo que había sido bendecido…
“había triunfado el AMOR y la HUMILDAD”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario