Había una vez, un mundo tan mezquino
que transgrediendo leyes celestiales,
necesitaba bajar a un ser Divino,
que pudiera rescatar a sus modales.
Así fue que escogió al Dios del Cielo
que habría de pagar por aquel precio,
se decretó que al traspasar el velo,
tenga una cuna de amor y gran aprecio.
Y buscándose un lugar de advenimiento
que fuese limpio de maldad entre racionales,
no se halló morada con tal merecimiento,
salvo entre nobles e inocentes animales.
Y mientras todos esperaban deslumbrarse
ciegos de vanidad, que cual la fiebre,
los hizo divagar sin percatarse…
de que su Rey nacería en un pesebre.
Generaciones postreras que entendieron
el privilegio de aquellos animales,
los forjaron en talla y esculpieron
bellos pesebres de Belén artificiales.
Y desde entonces, al llegar ese gran día,
en que todo es AMOR sin maleficio,
podemos ver con horrenda IRONÍA,
que hay una hora de triste sacrificio.
Pues animales son muertos sin piedad,
por quienes fueron su “amos bondadosos”
y que ahora, al llegar la Navidad,
se transforman en enemigos tenebrosos.
¡Cesad Ya! Por lo menos este día
que en vuestras mesas no haya olor a muerte,
gozad en paz y en AMOR sin la IRONÍA,
de aplicar la brutal ley del más fuerte.
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