Mirando al cielo en una tarde hermosa,
absorto ante el altar de lo infinito,
comencé a orar sin fórmula ni rito,
cuando una voz me contesto en prosa.
Me habló diciendo: “En lenguaje de poeta
hablarás a este pueblo mis palabras,
pues ya ves, tanto ovejas como cabras
no desean oír pastores ni profetas”.
¿Hablar yo? si aún no están limpias mis manos
y arrepentido vine a Ti a rogar clemencia…
“Pues yo puedo hacerte limpio y darte ciencia
para que anuncies mi Ley a tus hermanos”.
Fuiste oído por orar de corazón,
mas este pueblo me honra con los labios
todos sus rezos son falsos y de agravios
pues solo buscan vanidad y ni el perdón.
Les dirás que la ciega ya esta lista
que “Así dice el Señor a esta su viña:
Arrepentíos o la espada y la rapiña,
caerá sobre vosotros imprevista”.
Creéis acaso que eludiréis la hora,
de tus juicios por contar con ayos fuertes
fui Yo quien te ocultó guerras y muertes
esperando ver tus frutos hasta ahora.
Seguiréis aún provocando mi furor,
oyendo al tentador que os guía en yerros,
vuestra abundancia devoraran los perros,
si no os tornáis de nuevo al Redentor.
Venid a mi y vivid mi Santa Ley,
pues la tierra que os di con bendición,
se ha de cambiar en terrible maldición,
si no servís a Cristo vuestro Rey.
Y al fin dijo: “Yo amo las almas puras,
doy a este pueblo ser su juez y su verdugo
el mismo ha de elegir; llevar cruel yugo…
o coronarse de gloria en las alturas”.
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